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Trump y Le Pen, resultado de la globalización excluyente
07 de mayo de 2017

Una nueva subclase social ignorante amenaza a las democracias

Loretta Napoleoni @l_napoleoni bez@bez.es

#Francia
 
REUTERS/Mal Langsdon

Uno de los fenómenos más interesantes de los últimos tiempos es el giro a la derecha del Occidente libre y la desaparición de la clase obrera. En el sentido físico y no solo en el figurativo. Los trabajadores y sus familias como categoría social prácticamente no existen. Los que fueron, y los pocos que todavía van a la fábrica cada mañana, han caído en la pobreza. Alienados en los suburbios, comparten su empleo con nuevos compañeros de trabajo: robots. Es el escenario distópico que se consolida.

A estos temas se refiere el debate que se libra entre algunos intelectuales occidentales, incluyendo a un joven francés, Edouard Louis, autor de una novela autobiográfica titulada Para terminar con Eddy Bellegueule, que narra la extrema pobreza que vivió durante su infancia y su adolescencia en Hallencourt, un pequeño pueblo al norte de Francia. Cuando no había comida, el padre lo enviaba a pedir una barra de pan o un puñado de espaguetis. No, no estamos en la Francia prerrevolucionaria, sino en el presente, ¡Edouard Louis nació en los años noventa!

Excluidos

Al perder su trabajo debido a un grave accidente en la fábrica, el padre de Edouard se convierte en un excluido, sin vínculos con los sindicatos ni con los partidos de izquierda, cuyas referencias sociales no incluyen a personas como él. La exclusión social y política, una palabra que en castellano suena mejor que la inglesa disenfranchised, condujeron al padre de Edouard Louis a abrazar la causa del Frente Nacional que fundó el padre de Marie Le Pen.

La historia de Edouard Louis es común y podría haber sido escrita por un contemporáneo suyo en Estados Unidos nacido también en la década de 1990, en una ciudad industrial de Michigan o por una treintañera italiana nacida en el Veneto, o por un inglés crecido en la región de las Midlands.

Sus familias han sido excluidas del Estado de bienestar, absorbidas por la pobreza de los suburbios infestados por traficantes de drogas donde apenas sobreviven, olvidados por los políticos y los sindicatos, arrojados al vertedero de la globalización porque ya nadie los necesita. Son los nuevos pobres en el Occidente rico, un secreto bien guardado y oculto a todas las miradas. Deshechos de la globalización.

 
 
 
 
Son los nuevos pobres en el Occidente rico, un secreto bien guardado y oculto a todas las miradas. Deshechos de la globalización

La novela autobiográfica de Edouard Louis llegó a ser incluso rechazada por un editor francés porque pensaba que era falso: "nadie en la Francia de la década de 1990 a 2000 vive en esas condiciones, escribió". Es como decir que la bella novela De Acero, de Silvia Avalone, es un libro de ciencia ficción.

El avance de la derecha, el racismo, el nacionalismo, la intolerancia… son fruto de nuestra negativa a ver la realidad. La vieja clase obrera no esta solo desempleada, sino que es profundamente ignorante.

Edouard Louis es una excepción porque los niños de esta clase social son más ignorantes que los padres, no tienen acceso a la cultura ni a la movilidad social. Pertenecen a una subclase nueva de pobres e ignorantes. Muchos provienen de familias que hace treinta años pertenecían a la clase media baja, hijos de trabajadores calificados. Pero la globalización los empuja hacia abajo.

Suicidios

Un estudio realizado por el Pew Research Center en Estados Unidos confirma que en las últimas décadas se ha reducido la clase media, entre la que además se cuentan los trabajadores cualificados. En parte es debido a que la mayoría de los trabajos pagados para quienes no tienen un título universitario han desaparecido. En los últimos diez años, casi todos los nuevos empleos han ido a graduados de la Universidad.

Vivimos en una economía de servicios que no produce nada más. En la parte superior de la pirámide trabajan financieros y en la base encontramos un ejército de trabajadores no cualificados. Las Midlands, en el Reino Unido, donde una vez estuvieron las fábricas de la revolución industrial albergan hoy enormes parques industriales y tecnológicos en los que se ubican las naves que albergan los depósitos de productos de Amazon o los call center del siglo XXI.

 
 
 
 
Trump, Le Pen y los líderes del UKIP británico han ido en busca de esa masa social crítica con la globalización

Allí no existe el salario mínimo y ninguna garantía o Seguridad Social. Y para asegurarse de que estas condiciones laborales se perpetúen, los contratistas hacen llegar regularmente autobuses desde Polonia llenos de trabajadores temporeros en lugar de contratar indefinidamente a la población local.

Dos son las reacciones más comunes entre estas personas sin derechos: ira y desesperación. Un estudio realizado en Estados Unidos entre 1998 y 2013 por Anne Case y Angus Deaton, con una muestra de trabajadores de diferentes edades, ha registrado un aumento de los suicidios y las muertes por abuso de alcohol y antidepresivos en edades comprendidas entre 45 y 54 años. Los porcentajes son tan altos que llegan a poner en peligro la tendencia al alza en la esperanza de vida en los Estados Unidos. La mayoría de esos trabajadores consumidos por la ira son los que votaron a favor de Donald Trump y del brexit en Reino Unido.

Estúpidos en el poder

Trump, Le Pen y los líderes del UKIP británico han ido en busca de esa masa social crítica con la globalización, olvidados por los ganadores de la integración global, y basan su estrategia política en la ira. De todo ello han extraído buenos resultados. Incluso Marine Le Pen sueña ahora con la victoria gracias a que más del 55% de los obreros ha dicho que votará por ella en las elecciones francesas. Sin duda, los obreros excluidos no votarán por Macron, exbanquero de Rothschilds, que defiende una globalización que arrebató a los trabajadores el empleo y la esperanza.

No importa quién gane hoy la carrera hacia el Elíseo. El problema de Occidente es la polarización de la política y el surgimiento de una derecha llena de ira y resentimiento. El triunfo de la ignorancia y la estupidez. Es tiempo de preguntarse si era bueno excluir de la arena política y social a una importante fuerza en la izquierda, una voz progresista fuera de las aulas académicas, un elemento fundamental del equilibrio político en una democracia: la clase obrera. Cabría preguntarse si el modelo democrático que hemos construido desde la Revolución Industrial no marcha porque sus piernas fueron amputadas.

 

 

 

 

 

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