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27 de marzo de 2016

El eslabón belga y la necesidad de una auténtica inteligencia europea

Con los ataques del lunes en Bruselas el Dáesh pretende fundamentalmente dos objetivos. El primero es vengarse por los ataques y la presión que está sufriendo en el territorio que controla en Irak y Siria. Su segundo objetivo es propiciar una auténtica guerra religiosa entre cristianos y musulmanes en Europa.  

Fernando Ibáñez

Doctor en Conflictos, Seguridad y Solidaridad.

 
@ferigom69
#Terrorismo
#Seguridad
#Terrorismo yihadista
 
Un helicóptero  de la policía sobrevuela Bruselas
Un helicóptero de la policía sobrevuela Bruselas
Christian Hartmann/Reuters

Su gran éxito sería que estallaran disturbios en buena parte de las grandes ciudades europeas y que proliferaran los actos de xenofobia y racismo. Un magnífico caldo de cultivo para conseguir nuevos reclutas dispuestos a inmolarse para asesinar al mayor número posible de impíos. Sepamos cuáles son los fines de quien nos declara la guerra. Quizás así podamos ofrecer una respuesta más inteligente y, de paso, evitar que consiga sus objetivos.

 
 
 
 
¿Era razonable que el nivel de alerta antiterrorista establecido por las autoridades belgas no fuera el máximo y que solo haya sido activado tras los atentados de este lunes?

Salah Abdeslam, considerado uno de los coautores de los atentados de París del pasado mes de noviembre, fue arrestado el viernes en Bruselas. Una falsa sensación de alivio pareció sentirse en Europa y, en particular, en Bélgica. Abdeslam huyó de la capital francesa tras los ataques. Algunos especulaban con la posibilidad de que hubiera vuelto a Siria. Esa hipótesis confirma que realmente se le había perdido la pista. Ahora sabemos que podría haber estado cuatro meses oculto en Bélgica. Cabe preguntarse cómo es posible que Abdeslam se haya sentido seguro durante todo este tiempo, quizás, sin salir apenas de Bruselas. Solo pudo hacerlo contando con una amplia red de simpatizantes que le haya dado refugio. Incluso para protegerlo de los que habían sido compañeros suyos… hasta que decidió no inmolarse, como estaba previsto, en París.

El pasado lunes pudimos comprobar qué habían organizado los terroristas. Un ataque coordinado en el aeropuerto internacional y en el metro bruselense. La capital de la Unión Europea atacada de modo inmisericorde con el objetivo de producir el mayor número posible de víctimas (32 muertos en el momento de escribir estas líneas).

Un diario flamenco publicaba este lunes, tres días después de su detención, que Abdeslam pretendía convertirse en un informador de la policía y que estaba dispuesto a cooperar a cambio de una reducción de la pena. Su propio abogado afirmó que estaba colaborando y que no había ejercido su derecho a no declarar. Los ataques, que requieren de semanas de minuciosa preparación para lograr su objetivo, probablemente, se hayan adelantado ante el arresto de Abdeslam. ¿Existía el riesgo de que confesara los preparativos a las fuerzas de seguridad?

Por otra parte, la posibilidad de que los terroristas atacaran algunos de los medios de transporte habitual en una capital occidental parecía verosímil. ¿No lo habíamos visto ya en suelo europeo, en concreto, en Madrid (2004) y Londres (2005)? ¿Era razonable que el nivel de alerta antiterrorista establecido por las autoridades belgas no fuera el máximo y que solo haya sido activado tras los atentados de este lunes? ¿Y que ese nivel de alerta solo afectase a Bruselas?

Bélgica, eslabón débil 

Tras los ataques, las autoridades belgas anunciaban que unos 140 militares serían movilizados para proteger diversas instalaciones nucleares. Sin embargo, hace más de un mes supimos que un alto cargo nuclear belga había sido vigilado por terroristas. Cabe interrogarse si no había razones suficientes para activar esa protección extra hace ya algunas semanas.

Bélgica parece haberse convertido con el paso de los años en uno de los eslabones débiles en el ámbito de la lucha antiterrorista en Europa. Es sabido que su cooperación tanto en el ámbito policial como en el de la inteligencia no ha estado exenta de críticas. Algo conocen las autoridades antiterroristas españolas sobre este particular.

 
 
 
 
Buena parte de los atentados de raíz yihadista que han ocurrido en los últimos lustros en suelo europeo han guardado relación, en uno u otro momento, con Bélgica

Buena parte de los atentados de raíz yihadista que han ocurrido en los últimos lustros en suelo europeo han guardado relación, en uno u otro momento, con Bélgica. Sin ir más lejos, los ataques de París del pasado mes de noviembre que provocaron 137 muertos y casi 500 heridos. Bélgica es hoy el país europeo que más yihadistas exporta al Dáesh en relación a su población. Bruselas es un semillero de fundamentalistas islámicos, en particular, la comuna de Molenbeek. El fenómeno no es nuevo. También vivió allí el asesino de Ahmed Masud, el líder guerrillero opositor al régimen talibán, asesinado en Afganistán el 9 de septiembre de 2001, dos días antes de los atentados del 11-S. Y uno de los condenados por los atentados del 11-M en Madrid era de Molenbeek y fue detenido allí mismo. También en dicha comuna compraron las armas los asesinos de Charlie Hebdo y del supermercado judío de París. Quien, en mayo de 2014, atacó el Museo Judío de Bruselas, también venía de Molenbeek. Los hermanos Abdeslam nacieron allí y uno de ellos se inmoló en París. Algo se está haciendo mal.

Es cierto que en los momentos iniciales tras un atentado de esta envergadura es imprescindible ser prudentes en nuestros análisis. Pero a nadie se le oculta que los atentados de París del pasado mes de noviembre confirmaron que los fallos de inteligencia no habían sido tanto franceses como belgas. Resulta palmaria la infradotación de medios de los servicios secretos belgas. Tras los ataques de París, su presupuesto se incrementó un 20% hasta los 50 millones de euros, una cifra claramente insuficiente. Como reconocen en público y en privado los propios responsables belgas de la lucha antiterrorista, el país no dispone de personal ni de infraestructura suficiente para monitorizar a cientos de sospechosos. Y ya no digamos para infiltrarse en la comunidad yihadista de Molenbeek.

Quizás sea esta la lección más dura que debamos aprender los europeos a raíz de los ataques de Bruselas. No podemos seguir así. Se requiere que las autoridades belgas se tomen en serio una amenaza que, en estos momentos, parece haberles desbordado. Deben dotarse de medios y de una mayor coordinación entre sus distintos cuerpos policiales.

Cooperación europea en materia antiterrorista

¿Sería eso suficiente? No. Una vía de solución (no la única, claro está) pasa por que aquellos países europeos que disponen de servicios de inteligencia más potentes (Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y España) cooperen de modo mucho más activo con Estados con menores capacidades. Son evidentes las dificultades: ¿acaso no es habitual entre servicios de inteligencia el uso de las máximas quid pro quo y duo ut des? ¿Y qué decir de los riesgos de compartir inteligencia? ¿Y del alto coste de obtenerla?

Los asuntos de Seguridad y Defensa afectan al corazón de la soberanía estatal. Pero la Unión Europea no puede fundamentar su inteligencia en la cooperación entre ciertos Estados. La UE ha creado diversas instituciones cuya finalidad es compartir inteligencia, pero las  aportaciones a realizar por los socios tienen carácter voluntario. Esa falta de obligatoriedad provoca que los instrumentos resulten menos eficientes de lo que sería deseable.

 
 
 
 
Resulta ya imprescindible promover la creación de una estructura europea de inteligencia, un Servicio de Inteligencia Europeo

Resulta ya imprescindible promover la creación de una estructura europea de inteligencia, un Servicio de Inteligencia Europeo, que se dedique a reunir y analizar por sí mismo la información proveniente de los distintos servicios secretos nacionales con el fin de asesorar a los organismos decisorios de la Unión. Aunque sería preferible que estuviese dotado de sus propios y suficientes recursos económicos, tecnológicos y humanos para recolectar y analizar información de forma autónoma e independiente de los servicios de inteligencia nacionales, parece que este paso, de producirse, llegará en una fase posterior.    

Necesitamos más Europa, no menos. Si seguimos ignorando la lección, volveremos a despertarnos sobresaltados con la noticia de un nuevo ataque en otra ciudad europea. Y no será extraño que entre los asesinos vuelva a aparecer alguna conexión con Bélgica.

 

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