En febrero de 2007, el CIS realizó un estudio sobre la percepción social de las encuestas en el que se señalaba que el 41,4% no había sido entrevistado nunca antes en una encuesta (las preguntas podían ser sobre el consumo de algún producto, sobre sus opiniones políticas, sobre cuestiones sociales, sobre consumo de servicios, etc.).
Sólo el 16% afirmaba haber sido encuestado sobre sus opiniones políticas. Es reseñable que el 21,1% indicara que la empresa o institución que hizo la encuesta no se identificara, además de que un 49,8% destacara entonces que le intentaban hacer más encuestas que hace 10 años (1997).
Entre las conclusiones más importantes de aquel estudio destaca que el 69,9% seguía con poca o ninguna frecuencia las encuestas sobre temas políticos (no se especificaba sobre las encuestas de campaña), el 61,9% sobre temas sociales y el 65,5% sobre temas culturales.
De aquel estudio no podemos extraer una correlación cuantitativa con la actualidad (la evolución de internet y la cultura participativa ha hecho que sea más fácil responder pero también informarse sobre encuestas, además de que se ha producido un aumento en el número de empresas demoscópicas) pero sí trabajar sobre la percepción de las encuestas en los procesos electorales.
El 57,6% de los encuestados afirmaba confiar poco o nada en este tipo de encuestas. Entre las razones principales, el 40,1% destacaba que se daban solamente los resultados que les convenían (a las empresas o instituciones demoscópicas) y un 34,9% apuntaba que en estas encuestas la gente no decía lo que pensaba.
Ante la pregunta de si creían que los entrevistados responden con total sinceridad, el 8,3% afirmaba que las personas entrevistadas nunca responden con total sinceridad y el 57,8% que en parte (sólo el 27,5% afirmaba que las personas entrevistadas responden con total sinceridad).
El 25,1% consideraba que el principal motivo para que la gente responda sinceramente es el desconocimiento del tema, el 19,4% el pensar que sus opiniones no van a servir para nada, el 18,5% el miedo a que sus respuestas le perjudiquen y el 16,4% el miedo a parecer ignorante.
Por otra parte, un 71,1% afirmaba que le gustaría poco o nada que le entrevistasen sobre política (votaciones, partidos, actividades del Gobierno), el 68,7% afirmaba confiar poco o nada en las encuestas que traten de temas políticos (lo más significativo de esta pregunta es que mientras que al 41,5% no lo gustaría nada que le entrevistasen sobre estos temas, es el 43,6% el que afirmaba confiar poco en estas encuestas), y el 31,6% respondió que le resultarían mucho o bastante incomodas las preguntas sobre su voto.
Por último, el 33,2% creía que la gente respondía menos sinceramente sobre política (frente al 2,6% de la situación laboral o el 3,9% de las creencias religiosas).
Entre las conclusiones más relevantes del estudio estaba que el 58,9% estaba más bien de acuerdo con que “las encuestas sirven para que los gobiernos conozcan los problemas de la gente como yo” y un 43,6% que afirmaba estar más bien de acuerdo con que “las encuestas pueden beneficiar a la gente como yo”.
La redefinición de las encuestas electorales en un pacto comunicativo de legislatura
R.M.
La importancia de eliminar la prohibición de publicar encuestas electorales en los últimos 5 días de campaña no está sólo en su anacronismo metodológico –desde un punto de vista de madurez democrática-, sino en que los datos –aunque no digan siempre la verdad- nos permiten comprender procesos de construcción de la realidad (política, mediática y social). Más allá de las preguntas sobre la intención de voto, las encuestas nos pueden permitir comprender como evoluciona el interés sobre los temas de campaña o como afectan acontecimientos imprevistos a la creación de climas de opinión. Muy posiblemente la percepción sobre la importancia de las encuestas haya variado notablemente en los últimos años, pero quizá no lo ha hecho tan significativamente la (des) confianza en que aunque “nosotros” digamos la verdad cuando somos los entrevistados, los demás no lo harán. Y ahí radica la fuerza de las encuestas electorales, en que nos influyen en la medida en que consideramos que –aunque a nosotros no nos influyan- si tienen un papel determinante en la formación de la opinión de los demás.