“Vengo para mirar directamente a los ojos de sus excelencias y decir, con la serenidad de los que nada tienen que esconder, que no cometí los crímenes de los cuales soy acusada injusta y arbitrariamente”, aseguró Dilma, apartada del poder desde mayo, aunque todavía instalada en el palacio presidencial de la Alvorada.
En realidad, el cara a cara con los senadores fue la única novedad de este penúltimo acto del impeachment. El resto, desde su discurso de 45 minutos hasta las posteriores preguntas de los parlamentarios y respuestas de la acusada, fue una repetición de los mismos argumentos que vienen escuchándose desde el año pasado por parte de los defensores y adversarios de Dilma.
La sucesora de Lula recurrió una decena de veces a las palabras “golpe” o “golpista”
“Como todos, tengo defectos y cometo errores”, admitió la mandataria. “Pero entre mis defectos no están la deslealtad y la cobardía. No traiciono los compromisos que asumo”, dijo, refiriéndose a su promesa de “mantener, defender y cumplir la Constitución” tras ser reelegida en 2014.
Precisamente a partir de aquellas elecciones presidenciales, que ganó con más de 54 millones de votos, la oposición de centro-derecha comenzó a maniobrar para derribarla. “Los partidos que apoyaban al candidato derrotado [el senador Aécio Neves] hicieron de todo para impedir mi toma de posesión y la estabilidad de mi Gobierno. Dijeron que hubo fraude electoral, pidieron auditoría de las urnas, impugnaron mis cuentas de campaña y, después de mi investidura, buscaron de forma desmedida cualquier hecho que pudiera justificar retóricamente un proceso de impeachment”, protestó Dilma ante el pleno del Senado.
“Elección indirecta”
Según la acusada, su previsible destitución será el resultado de una conspiración de “las élites conservadoras y autoritarias” para recuperar los mandos del mayor país de América Latina tras más de 13 años de Gobierno del Partido de los Trabajadores (PT), primero con Luiz Inácio Lula da Silva y después con ella. “Estamos a un paso de la consumación de una grave ruptura institucional, de la concretización de un verdadero golpe de Estado”, advirtió.
Indignada por una inminente condena que considera “injusta” y “arbitraria”, la sucesora de Lula recurrió una decena de veces a las palabras “golpe” o “golpista”. También acusó a Michel Temer, su antiguo vicepresidente, de encabezar “un Gobierno usurpador” y machista. “Esta es la elección indirecta de un Gobierno que no tiene mujeres comandando sus ministerios, cuando el pueblo en las urnas escogió a una mujer para comandar el país”, criticó, sin mencionar el nombre de su antiguo aliado y compañero de candidatura en 2010 y 2014.
Recuerdo de las torturas
Una y otra vez, Dilma negó haber cometido el supuesto crimen que le atribuyen sus rivales: autorizar trampas fiscales para maquillar el deterioro de las cuentas públicas y, como efecto colateral, agravar la gigantesca crisis económica. “Tengo la conciencia tranquila. Anular mi mandato de forma definitiva es como someterme a una pena de muerte política”, se quejó.

Este es el segundo juicio al que soy sometida y en el que la democracia tiene asiento, junto a mí, en el banco de los reos

Dilma Rousseff
Insistió, sobre todo, en comparar su situación actual con el tiempo que pasó entre rejas durante la dictadura militar, cuando era una militante veinteañera de la guerrilla marxista. “Este es el segundo juicio al que soy sometida y en el que la democracia tiene asiento, junto a mí, en el banco de los reos”, explicó. “La primera vez [en la década de los 70] fui condenada por un tribunal de excepción. De aquella época, además de las marcas dolorosas de la tortura, quedó el registro, en una foto, de mi presencia delante de mis verdugos, en un momento en el que yo los miraba con la cabeza erguida mientras ellos escondían los rostros, con miedo de ser reconocidos y juzgados por la historia”, recordó.
Y prosiguió su argumentación: “Hoy, cuatro décadas después, no hay detención ilegal, no hay tortura y mis juzgadores llegaron aquí por el mismo voto popular que me llevó a la Presidencia. Tengo por todos el mayor respeto, pero continúo con la cabeza erguida, mirando a los ojos de mis juzgadores. A pesar de las diferencias, sufro de nuevo con el sentimiento de injusticia y el recelo de que, una vez más, la democracia será condenada junto a mí”.
Para Dilma, la de este lunes era la última oportunidad para convencer a los pocos senadores que aún se declaran indecisos y dar la vuelta a un desenlace que desde hace semanas se considera prácticamente irreversible. Pero ni ella ni Lula, que acudió a apoyarla personalmente, tienen esperanzas de recuperar el poder por la vía parlamentaria. La izquierda brasileña ya planea su oposición al Gobierno Temer, con la vista puesta en unas elecciones de 2018 que prometen dar lugar a una intensa batalla entre los vencedores y vencidos de este largo impeachment.