Teníamos delante de nuestros ojos una pantalla, pero la tratábamos como una página, una página web.
Pensábamos que era solo cuestión de cambio de soporte para la palabra escrita. De igual modo que la escritura había pasado de la cera, el metal, la arcilla, al papiro, al pergamino, al papel, ahora presenciábamos la transición –no sin resistencias y recelos, como en casos anteriores—a un soporte digital.
Emerge una cultura digital, y presenta unos rasgos que la separan progresivamente de la cultura escrita
Pero esta visión de continuidad de la cultura escrita y sus valores a través de la adaptación a los nuevos medios tecnológicos, sin otras alteraciones, no corresponde ya con lo que está sucediendo. Emerge una cultura digital, y presenta unos rasgos que la separan progresivamente de la cultura escrita.
Y lo que puede sorprender de estos indicios es que la cultura digital muestra cada vez con más definición características propias de la cultura oral.
Lo efímero
La palabra hablada es efímera como lo es también la palabra hecha de ceros y unos. La primera dura lo que sus ondas de aire y la segunda se mantiene en la Red mientras se mueve. Es decir, mientras se lee, se oye, se transmite. Las redes sociales son una buena expresión de esta similitud.
Como lo oral es efímero se busca su persistencia mediante la insistencia, y así repetimos lo dicho en momentos y circunstancias distintas, y también se mantiene si quienes lo han oído lo repiten y recombinan en otros discursos. Pero para la cultura escrita, en la que la persistencia la proporciona la resistencia del soporte, eso es refrito o plagio. La palabra digital, igual de perecedera, busca que otros que la han leído o escuchado la repitan, la recombinen en sus discursos… Es la garantía de que no se desvanezca rápidamente en la Red. Una práctica generalizada en la cultura digital que ya denominamos por extensión retuitear.
La Red ha hecho que todos podamos hablar y escribir
La palabra oral está asociada a lo pequeño, al círculo. Sólo cuando llegan medios para extenderla más allá de sus límites naturales rompe esa circularidad de radio corto. La Red ha hecho que todos podamos hablar y escribir. Y tal capacidad se interpretó en un principio desde la óptica de nuestra cultura escrita, y, en consecuencia, se argumentaba que si todos hablaban y escribían quién iba a escuchar y leer. Y es que trasladábamos a la Red la forma de difundir la palabra a través del libro o de la tribuna. Ahora vemos que la disposición es otra: nos agrupamos en círculos, en corrillos, y conversamos. No nos hacemos ni autores, ni oradores, sino conversadores. Lo que venimos haciendo de siempre con la palabra hablada.
La conversación exige que las intervenciones sean cortas para posibilitar la interacción de quienes escuchan y así ir construyendo el discurso. De igual modo observamos esa contracción en los procesos de comunicación en la Red. Lo que ha llevado a cierta desorientación pues se ha interpretado como desmenuzamiento, como desmoronamiento del discurso, cuando lo que sucede es que se está adaptando a las nuevas condiciones del espacio digital.
Lo instantáneo
La instantaneidad es una experiencia que los humanos sentimos cuando estamos presentes en un lugar y ante algo que sucede. Es una experiencia que acompaña a la oralidad. Hablas, escuchas, porque te encuentras presente. Esta sensación de presencia se siente igualmente en la comunicación en la Red pues percibimos que no hay demora entre la emisión y recepción de un mensaje. Como si estuviéramos hablando cara a cara.
Tendemos a ver la línea de la evolución segmentada: termina un segmento y comienza otro. Pero la evolución es más bien amasamiento de todo lo anterior con lo nuevo. De manera que la cultura digital que se está formando es el resultado de amasar la cultura oral, la escrita, la audiovisual… con lo nuevo que aporta la digitalidad. Así rasgos de las cultura oral pueden aflorar, mezclarse y reinterpretarse.