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02 de octubre de 2016

Y tú más

Para evitar reconocer un error, sencillamente se busca una paja mayor en el ojo del contrario y se cambia de tema, no de los vicios ideológicos más nocivos, contrario a cualquier catarsis porque permite dejar todas las maldades sin depurar. 

Rafael Cerro

@rafaelcerro
#Política
#Partidos
#PSOE
 
Emisión del programa La Tertulia en Canal Sur
Emisión del programa La Tertulia en Canal Sur
Canal Sur

La sociología investiga un misterio: cómo diablos existen papelerías en España si todos robamos en la oficina los folios, rotuladores y clips para los niños. Criticamos que los demás actúen sin principios, pero nos saltamos las normas morales para no vivir atados a tan pesadas cadenas. Si otro automovilista nos encierra, nos molesta; pero si nosotros hacemos lo mismo, “es un minuto”. Empadronamos al niño en casa de la abuela, que goza de menores ingresos, para que consiga una beca. “Conseguir” la beca es el eufemismo patrio de robársela al alumno que tiene derecho legal a ella por su situación económica. Al hacerlo, acostumbramos a nuestro hijo a que las trampas son lícitas si las hacemos nosotros. Nuestra moral es tan frágil que solo censura al contrario.

 
 
 
 
Arrastramos tal carga ideológica que, solo con que nos digan que una persona es de izquierdas o es de derechas, podemos saber qué opinará en líneas generales en torno a unos cuantos

Como con una amiga conservadora que niega que haya tanta corrupción y le recuerdo los casos más notorios, recientes e inmorales de los suyos. Ella cree que “los medios machacáis al PP, solo contáis lo nuestro”. Todos sabemos ante qué amigos podemos criticar las dos factorías paralelas de corrupción de Madrid. Y también con cuáles es posible quejarse de que Andalucía se haya convertido en un albañal gigantesco en el que casi todo el mundo está trincando por alguna vía. Solamente podemos hablar con justicia con los que no se sienten atacados. En casi ninguna conversación caben las dos críticas juntas. Arrastramos tal carga ideológica que, solo con que nos digan que una persona es de izquierdas o es de derechas, podemos saber qué opinará en líneas generales en torno a unos cuantos temas esenciales como política, religión, medio ambiente, feminismo radical, solidaridad o corridas de toros. Son apriorismos. La gente no cree nada porque haya reflexionado sobre ello, sino que se contagia de lo que oye. Aquí casi no hay discrepantes: la ideología ha llenado el espacio de nuestros cerebros que antes ocupaba la inteligencia.

Vicios ideológicos

Uno de los vicios ideológicos más nocivos es la doctrina del “y tú más” o alienación de culpa, contraria a cualquier catarsis porque permite dejar todas las maldades sin depurar. Para evitar reconocer un error, sencillamente se busca una paja mayor en el ojo del contrario y se cambia de tema. El fenómeno se extendió cuando la gente comprobó que la militancia en un partido multiplica las posibilidades laborales de los menos aptos y que la actitud que proporciona empleo es la fidelidad incondicional a un líder. Si quiero ser locutor de una radio oficial  pero soy tartamudo, o malabarista a pesar de que tengo ambos brazos amputados, basta con que me afilie al partido más votado. A cambio del favor, me convierto en incondicional de unas siglas. Desde ese instante, pienso que todo lo que hacen mis correligionarios es impecable y que el rival solamente comete dislates y  canalladas. Mi capacidad de entender la justicia universal desaparece porque, si la mantuviera, perdería el empleo. No puedo saber si creo correcta una acción sin conocer la identidad del autor, pues mi opinión sobre lo que ese sujeto haya hecho dependerá siempre de si él es amigo o enemigo.

Hombres libres

Los hombres libres juzgan hechos, pero los que tienen el cerebro afiliado solo juzgan la ideología de su autor. Las televisiones colaboran a este embrutecimiento masivo de la población, que la convierte en amoral, con estrellas como sus famosos contertulios. Asesores de la nada que pueden hablar de todo: el mismo tipo y el mismo día, por ejemplo de matemática cuántica y luego de la gramática del arameo. Las tertulias políticas son telebasura igual que las de cotilleos, pues alienan la ética y dejan tras de sí un rastro de cerebros llenos de bruma. Sabemos qué va a pensar cada uno de estos opinadores antes de que abra la boca, pues todos ellos llevan una etiqueta pegada en la frente.

 
 
 
 
Tenemos un problema a dos bandas: la tele emite detritos y los espectadores son coprófagos

En las conversaciones no políticas, la tele muestra a los niños como ejemplos de prosperidad a gandules que nunca han trabajado. A chusma que airea y vende hasta sus enfermedades venéreas. Es difícil filtrar lo que los pequeños ven; cada niño suele tener su propia tableta, de forma que ellos mismos se administran la bazofia que consumen. El mensaje de las celebridades a los peques es “Si queréis ganar dinero, divorciaros y regurgitad vuestra intimidad en un plató”. Se lo transmiten personajes que en una sociedad más sana habrían trabajado en otra cosa, por ejemplo regentando casas de lenocinio. La salud crítica de un país está muy relacionada con la salubridad de su televisión. Unos creen que la tele embrutece tanto a la gente que esta no lee. Otros, que la historia sucede al revés: la gente estropea la televisión premiando con su audiencia masiva lo peor. Lo único que realmente importa es que tenemos un problema a dos bandas: la tele emite detritos y los espectadores son coprófagos.

"Son los políticos"

José Ortega y Gasset arremetió contra la frase cumbre de la alienación de culpa que tanto nos gusta repetir a todos, la que deja toda la responsabilidad en manos de una élite: “Son los políticos”. Don José escribió en 1923 que, como los políticos eran una minoría infame, el “eximio” pueblo español podía sencillamente sustituirlos por otra minoría honrada. La turba respondió ignorándolo; la mayoría piensa que Ortega no es un filósofo, sino un champú de hierbas.

 

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