El filósofo y monje bretón del medioevo Pedro Abelardo, un gigante de la historia de la lógica, manejaba como nadie silogismo y debate. Él dijo sobre el teólogo Anselmo de Laon que uno solía terminar con más dudas tras consultarle algo. Que su reputación se debía más a la rutina que a la inteligencia. Han pasado nueve siglos, pero si ustedes aplican este criterio de legitimidad a los oradores de hoy verán cómo casi todos los bustos de televisión que les hablan se les desmoronan. Pedro Abelardo estudió cómo mejorar otro elemento que también se cae a pedazos ahora: la enseñanza. Fue condenado dos veces como hereje por su actividad intelectual hipercrítica y también fue castrado por alimentar un amorío con su alumna Eloísa a pesar de que era monje.
Lo que los políticos valoran del redactor es la docilidad
Los periodistas españoles independientes de los grandes partidos políticos no son castrados, pero ganan menos que los más cercanos al poder. Más que su preparación o que su sintaxis, lo que los políticos valoran del redactor es la docilidad a la que aludíamos. Su capacidad para hacer suyas consignas y, lo más importante, para ir cambiándolas a demanda. Hoy sabemos que los diputados radicalmente convencidos del no a un candidato pueden abstenerse al lunes siguiente para permitir que el tipo gobierne.
Las tertulias son aspersores de ideas políticas programadas y por eso choca que critiquen precisamente la politización de todo. Olvidan que la actividad política arrastró consigo al periodismo y a la Justicia cuando se torció. Las politizó. Leemos sobre tal o cual asunto judicial que “lo resolverá el Constitucional, con cinco jueces progresistas y siete conservadores” y en lugar de salir corriendo nos quedamos tan anchos. Necesitamos ciudadanos críticos y diputados con criterio que renuncien a ser ciudadanos dóberman, esos perros que obedecen más al despacho que a las personas que lo van ocupando. Nuevo jefe, nueva fidelidad.
Una enorme masa acrítica
Sería tan popular como injusto hablar aquí solo de los políticos, pero nuestra misma población forma una enorme masa acrítica, con letra a inicial. Un colectivo gigantesco que es poco problemático para el poder porque se va contagiando de las opiniones mayoritarias que escucha. Especialmente pintorescos me parecen los que en las redes sociales enarbolan el lema “orgulloso de ser español”. No los pocos que lo razonan, sino la inmensa mayoría que está orgullosa de serlo solo porque ha nacido en España. Eliges uno en Twitter y le preguntas en publico de qué está tan orgulloso, si de la corrupción galopante o del paro récord. El tipo guarda silencio.
Estar contento con algunas cosas resulta perfecto, pero estar permanentemente orgulloso del conjunto es una enfermedad. Quien cree que su país puede ser el mejor del mundo seguramente es un buen ciudadano, pero quien piensa que su país lo es independientemente de lo que haga es un ciego nacionalista más.
Los partidos políticos garantizan el acceso al mundo del trabajo de personas que por su incompetencia jamás podrían haber trabajado en el sector privado
La figura universal en las administraciones es la de asesor: aparte de que los hay en todas partes, es de nombramiento discrecional. No exige currículo. Para aspirar a ser asesores de algo solamente debemos ser incondicionales de quien nos va a elegir, sonreír a todo y tener siempre listo un par de rodilleras. Y estar quietos ante cualquier turbulencia, sin discrepar. Alfonso Guerra nos advirtió, precisamente desde la política, de que “el que se mueve no sale en la foto”. Guerra dijo también que la única posibilidad de ser honesto en política era ser aficionado.
Es lamentable, pero no casual: las maquinarias diseñadas para fomentar el carácter no crítico son las mismas que distribuyen el empleo en España. Se llaman partidos políticos y garantizan el acceso al mundo del trabajo de personas que por su incompetencia jamás podrían haber trabajado en el sector privado. Pueden llevarnos a trabajar al Congreso o a la ONU aunque no sepamos hacer nada. Incluso pueden convertirnos en presidente del Gobierno sin que hablemos inglés. Eso explica que algunas personas muy grises lleguen a ser ministros y tengan la máxima proyección profesional. Cuando abandonen la primera línea de poder, el famoso sistema de puertas giratorias y la posibilidad de trabajar enchufadas en las organizaciones internacionales les asegurarán el acomodo laboral. Ningún partido dejará de irrigar este sistema ni recortará voluntariamente el gasto público en sueldos.
Nuestra misma población forma una enorme masa acrítica
Esta misma semana hemos sabido que las comunidades autónomas se gastarán este año unos cuatro mil millones más en salarios que durante el ejercicio 2013. El empleo es la clave del poder porque también es la llave que abre el alma de las personas. Cuando ya estamos instalados en el sillón, hacemos algo que no cuesta ningún esfuerzo: dejamos pasar el tiempo. Así, si un día nos exigen eficacia, podremos responder: “Yo llevo aquí dieciocho años”. Es una trampa dialéctica que mata el debate de la aptitud y lo sustituye por el de la de la antigüedad.