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Acoso, misoginia y amenazas
31 de octubre de 2015

GamerGate o cómo los prejuicios se disfrazan de ciberactivismo

Carlos Hidalgo @carloshidalgo carlos.hidalgo@bez.es

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Anita Sarkeesian, comunicadora feminista amenazada por el Gamergate, durante una conferencia
Anita Sarkeesian, comunicadora feminista amenazada por el Gamergate, durante una conferencia
Wikipedia

Lo que empezó con la entrada en el blog de un exnovio despechado, ha acabado en el GamerGate: una campaña de casi dos años de acoso contra mujeres relacionadas con el mundo del videojuego. Un movimiento organizado en Internet contra el feminismo y una campaña que pretende proteger al mundo de los jugadores de un supuesto ataque contra “el hombre blanco”.

Todo empezó cuando el informático Eron Gjoni empezó a salir con la artista y desarrolladora de videojuegos Zoe Quinn. Quinn estaba trabajando en un juego independiente que simulaba los efectos que produce la depresión, llamado Depression Quest. Unos pocos meses después, la relación se rompió y Gjoni descubrió que Quinn había mantenido relaciones con otros hombres durante su noviazgo. Despechado, escribió en su blog varias entradas en las que aireaba los intercambios de mensajes durante la ruptura y acusaba (errónea o falsamente) a su exnovia de haberse acostado con Nathan Grayson, un periodista especializado en videojuegos para promocionar Depression Quest. A partir de ahí, todo se desató.

Quinn tuvo que abandonar su casa porque su dirección se hizo pública, le llegaban amenazas de muerte y hasta fotos de su domicilio

De alguna manera, esos textos llegaron hasta los temibles foros de 4Chan, donde habitan algunas de las personas más ingeniosas de Internet, pero también algunos de los troles más peligrosos. A las pocas horas, Zoe Quinn estaba recibiendo amenazas e insultos en todos sus perfiles de Internet. Un poco más tarde, tanto ella como sus padres recibían llamadas de teléfono anónimas y Quinn tuvo que abandonar su casa debido a que su dirección se hizo pública y le llegaban amenazas de muerte y hasta fotos de su domicilio tomadas recientemente. Sin embargo, hombres jóvenes que se han sentido maltratados por mujeres en algún momento se siguieron uniendo a esa campaña.

¿Es sobre ética en el periodismo de videojuegos?

Cuando Quinn empezó a distribuir su videojuego en la plataforma online Steam, comenzó una campaña de críticas negativas en cascada, acompañadas de intentos de boicot y más amenazas. El juego, que de hecho tiene buenas críticas de los especialistas y se ha probado útil en personas que sufren de depresión, fue acusado de tener valoraciones hinchadas merced a los favores sexuales que Quinn habría concedido a los críticos. Y ahí es donde este movimiento se pone nombre: se hace llamar Gamergate -como el Watergate- al haber, supuestamente, destapado una trama de feministas y abogados de la corrección política para acabar con el mundo de los videojuegos.  ¿Cuál es el problema? Que la premisa es falsa. Quinn no concedió favores sexuales por críticas. Y Nathan Grayson fue investigado por su medio, Kotaku, que concluyó que no había incurrido en ningún comportamiento poco ético. Entre otras cosas, porque Grayson escribió sobre Quinn una sola vez, antes de conocerse, y nunca ha escrito crítica alguna sobre Depression Quest.

La conspiración de los “justicieros sociales” contra los “gamers”

Que la premisa para justificar los ataques contra Zoe Quinn en la ética periodística fuera falsa, no desanimó a los Gamergaters. En sus foros se siguieron justificando y retroalimentándose, sintiendo que un nuevo grupo, los justicieros sociales (denominación acuñada por la derecha estadounidense) querían acabar con el mundo de los videojuegos. Un blog español, que se considera parte de los gamergaters, dice que los justicieros sociales son “gente perpetuamente ofendida […] que ven injusticias en todas partes y saltan sin ningún tipo de autocrítica en defensa de lo que ellos consideran 'víctimas' de cualquier tipo de ofensa por leve o imaginaria que sea. Gente que considera que el hombre blanco es un mal a extirpar y que alguien perteneciente a una minoría étnica, una mujer, o un homosexual tienen siempre la razón […]. Un tipo de gente de extrema izquierda que busca de manera totalitaria la censura para cualquier cosa que consideren ofensiva”.

Las siguientes víctimas y la búsqueda de partidarios

Con esos planteamientos ideológicos, el Gamergate empezó una campaña de boicots, campañas por email y en redes sociales, presión sobre los medios, periodistas, anunciantes y desarrolladores de videojuegos y de captación de partidarios famosos. Siempre pretextando que se pretendía acabar con la subcultura del videojuego, criminalizar a los jugadores y se buscaba la ética en el periodismo de videojuegos.

Defensores del Gamergate con cierta notoriedad, como personalidades menores del Partido Republicano son, paradójicamente, partidiarios de prohibir los videojuegos

La siguiente en la lista negra del Gamergate fue la comunicadora feminista Anita Sarkeesian. Sarkeesian es famosa por una serie de polémicos documentales en YouTube donde denuncia el papel de los personajes femeninos en los videojuegos.  Sarkeesian ha sufrido el mismo ciclo de amenazas y de revelación de datos privados que Zoe Quinn y, de hecho, ha tenido que cancelar alguna aparición pública debido a las amenazas de muerte o las amenazas de bomba.

A Sarkeesian le siguió la desarrolladora de videojuegos Brianna Wu, que vive la misma clase de acoso que ellas.

Pero no sólo se trata de estas tres mujeres, sino de las periodistas que han escrito sobre el tema, como Allegra Ringo y los medios que se han posicionado claramente en contra de la campaña, como Gamasutra, Kotaku o Ars Technica. A la vez, han buscado partidarios con cierta notoriedad, como el actor Adam Baldwin y personalidades menores del Partido Republicano. Paradójicamente, algunos de ellos son partidarios de prohibir los videojuegos.

Dónde estamos ahora

Casi dos años después, Gamergate sigue activo, pero las reacciones en contra se han ido sucediendo. Principalmente, debido a las campañas de ciberacoso y a las amenazas de muerte que se han convertido en su seña de identidad, lo quieran o no. En Estados Unidos y en Australia las autoridades ya están investigando a sus elementos más violentos. Y tanto los principales desarrolladores, medios, anunciantes, como empresas de videojuegos, ya han dejado claro su rechazo. El recién elegido primer ministro canadiense, Justin Trudeau, ya ha manifestado su preocupación y su condena.

Sin embargo, todavía hoy Sarkeesian, Wu y Quinn siguen amenazadas, obligadas a adoptar medidas de protección a diario y sin poder acudir a sus domicilios. Eron Gjoni dice no arrepentirse de nada.  Y aunque el movimiento se va apagando en los Estados Unidos, se ha contagiado a Latinoamérica, Europa y España, donde también sirve para canalizar la misoginia y los prejuicios que muchos ya venían expresando en las redes.

 

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