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09 de octubre de 2016

Ni aquí ni allí

Con la capacidad y alcance de los sentidos que nos ha proporcionado la evolución, la comunicación entre los humanos necesita de la proximidad, de la presencia en un lugar y de la coincidencia en un momento para que se produzca. Por estos mismos límites naturales de nuestra percepción, para asistir a un suceso es obligado que estemos presentes en el mismo momento y lugar donde se produce. 

Antonio Rodríguez de las Heras

Catedrático de la Universidad Carlos III de Madrid y director del Instituto de Cultura y Tecnología

@ARdelasH
www.ardelash.es
#Sociedad red
 
El espacio digital se comporta como un espejo.
El espacio digital se comporta como un espejo.
ARdelasHeras

La escritura supuso un avance fundamental en la superación de estas constricciones físicas debidas a nuestra naturaleza. Permite transportar la palabra más allá de donde pueden llegar las ondas sonoras y mucho más lejos de donde la sensibilidad de nuestro oído alcanza a percibirlas. Y también con la escritura la palabra no se desvanece tan rápidamente. Y, junto a la palabra, otros trazos sobre soportes duraderos consiguen representar escenas, rostros, acontecimientos que de no haber estado cuando acaecieron no se verían.

El ingenio de la imprenta consigue que la extensión de la palabra se parezca más a las ondas sonoras, pues ya no va del emisor a un receptor, de punto a punto, sino que con sus múltiples copias se puede difundir en todas las direcciones. Así que puede alcanzar a la vez, como el sonido, a receptores (lectores) situados en lugares distintos. E igualmente sucede con las imágenes impresas.

Un desarrollo técnico, artificial, que no hace falta insistir en su trascendencia cultural, produce su efecto en la humanidad al dilatar espacial y temporalmente la capacidad de comunicación natural basada en la vista (asistir a un suceso) y en la oralidad.

 
 
 
 
A pesar de la distancia puede haber sincronía con lo que está pasando

Después de una larga andadura se llega al siglo XX en el que nuevos y sorprendentes ingenios (para los que la electricidad del XIX, entre otros avances científicos, había preparado el terreno) penetran en la sociedad y disparan la capacidad de comunicación de los humanos. El cinematógrafo permite el transporte de la imagen, y presenciar en otro lugar y momento aquello que parecía tan fugaz e inseparable de un lugar como el movimiento de las personas y de las cosas, de todo aquello que sucede. La radio, el teléfono, la televisión tienen un efecto si cabe mayor, y es que a pesar de la distancia puede haber sincronía con lo que está pasando: que una persona esté hablando en ese momento y a pesar de la distancia sea posible escucharla, o que algo suceda y en ese instante verlo.

El Aleph tecnológico

Pero en el siglo XXI nos afecta una perturbadora experiencia. Se debe a la posibilidad de la persona a una conexión continua con un Aleph tecnológico (pues así me gusta nombrar a la Red al ser un espacio sin lugares, sin distancias ni demora).

Influidos por las prácticas de una comunicación extendida más allá de los límites naturales de nuestros sentidos mediante el libro, el teléfono, la radio, la televisión, que hasta ahora veníamos realizando, concebimos la comunicación en red como un instrumento en la línea de los otros artefactos. Más todavía cuando seguimos llamando “teléfono” a la prótesis adherida a nosotros que nos facilita la conexión continua al Aleph.

Impresión espacial

Tendemos a seguir imaginando que cuando a través de esta prótesis o de otro artefacto conectado a la Red nos comunicamos lo hacemos como si utilizáramos el teléfono o escribiéramos una carta. Es decir, la persona está en otro lugar y este medio digital me permite enviar el mensaje como otros medios anteriores hacían este transporte. Es la impresión espacial de que la otra persona está allí, en otro lugar. La misma impresión que escribir una carta, o que llegue a nuestras manos un libro escrito en otro lugar por su autor, oír a un locutor que nos habla desde el estudio de la radio, mantener una conversación telefónica con una persona que no se encuentra aquí, con nosotros…

 
 
 
 
Puede costar aún darse cuenta de que las otras personas no están allí ni tampoco están aquí

Puede costar aún darse cuenta, y actuar entonces en consecuencia, de que las otras personas no están allí, en otros lugares, ni tampoco están aquí en el mismo lugar que nosotros, sino que tanto nosotros como los demás estamos ahí. Para entender esta situación hay que interpretar también que el espacio digital se comporta como un espejo. Esto quiere decir que cuando nos ponemos delante de la pantalla (y la prótesis nos mantiene constantemente) es como si lo hiciéramos delante de un espejo: se crea una imagen más o menos nítida de nosotros ahí, justo al otro lado de la superficie de cristal, pero ya en el espacio virtual del mundo digital. Y es esa imagen especular la que se encuentra en ese espacio sin lugares ni distancias con las imágenes de las otras personas. Y ahí, y en estas condiciones, se produce la comunicación.

Por tanto,  la comunicación que va a surgir en tales condiciones no puede ser ni la que se produce sin mediación artificial alguna, en un lugar y en un momento, es decir en un aquí. Ni tampoco de la forma que posibilitan las invenciones que hemos venido haciendo desde la escritura para transportar a distancia, hasta allí, la palabra y la imagen. Sino que aparece con el mundo digital otra experiencia de presencia por estar ahí, con las demás personas y sucesos.

 
 
 
 
Esta nueva forma de sentir la presencia trae una percepción distinta de la coincidencia temporal, de la sincronía

Esta nueva forma de sentir la presencia trae una percepción distinta de la coincidencia temporal, de la sincronía. Cuando la comunicación es aquí, en un lugar, la coincidencia debe ser instantánea, pues de otra manera el desfase haría perder esas palabras pronunciadas, esos gestos, esos movimientos… todo tan fugaz. Pero al ser ahí, en el espacio sin lugares del otro lado del espejo digital, hay como una especie de resonancia, y las palabras y las imágenes no se desvanecen tan rápidamente y quedan reverberando durante un instante dilatado que puede convertirse en minutos, incluso algunas horas… Y a pesar de esta holgura del instante se mantiene la sensación de presencia ahí.

Por eso, en estas condiciones de espacio y tiempo, la conversación propia de la oralidad como forma de comunicación apropiada cuando únicamente se podía realizar coincidiendo en un lugar y en un momento, es decir, aquí, se recupera y reinterpreta al otro lado del espejo con las posibilidades que ofrece. Una conversación digital, por explorar, afianzar y enriquecer, ya que está despuntando, con otros medios y recursos además del natural de la palabra hablada.

 

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