Y es que comprobamos que los discursos de la comunicación se nos fracturan. Parece que todos resultan ya demasiado largos. Y eso obliga a que o bien los acortan quienes los emiten o los cortan quienes los leen, los escuchan o los ven.
Es inevitable y comprensible esta reacción de prevención: si sé que vas a fracturar mi discurso por extenso y por dejar de estar atento, entonces me adelanto y lo reduzco para evitar esa frustración y alteración. Así que el círculo se cierra y se refuerza.
El resultado es esa sensación de fragmentación de los procesos de comunicación, de desmenuzamiento de aquello que se presentaba hasta ahora estable y compacto.

El exceso de información produce efecto parecido al de los alimentos: hartazgo, inapetencia, desatención

Se busca la causa de que el discurso se haya hecho tan quebradizo y que con tanta facilidad se fracture. Y de inmediato se señala la sobreinformación como factor destacable. Cierto que el exceso de información produce efecto parecido al de los alimentos: hartazgo, inapetencia, es decir, desatención; y se picotea la comida igual que la información abundantemente servida. ¿Nos vemos ahora rebañando información? Despilfarro de alimentos. Disipación de información.
No se libran de nuestras sospechas de culpabilidad los nuevos artefactos. Móviles, tabletas, portátiles… La pantalla electrónica frente a la página como espacio de lectura puede tener sus consecuencias.
Pero quizá se presta menos atención a otro fenómeno que, sin embargo, está alterando nuestros comportamientos y actividades. Es la ubicuidad de la información.
La Red es como un Aleph borgeano: es un espacio sin lugares, por tanto sin distancias y sin demoras. Pero además, para alcanzar este Aleph no hay que ir a la casa de Carlos Argentino, ni bajar al sótano y “fijar los ojos en el decimonono escalón”... Porque llevamos con nosotros una prótesis que nos mantiene permanentemente conectados.
Así que no hay que transportar la información ni tampoco desplazarse para alcanzarla.
Una nueva forma de experimentar la información
Si es necesario transportar la información o recorrer una distancia y emplear un tiempo para llegar adonde se encuentra es obligado empaquetarla de modo que compense el esfuerzo del traslado. Un esfuerzo que se puede medir en tiempo, energía, dinero. Consecuentemente hemos ido aceptando y usando contenedores que buscaban optimizar el transporte de la información por el espacio y el tiempo. De igual modo que cualquier logística de la distribución de materia.
Estos contenedores han sido el libro, la conferencia, el curso, la película, el álbum… Las carta también, entre otros muchos contenedores, escrita por las dos caras de la hoja para apurar al máximo un soporte que permitía trasladar la palabra al otro lado del mar pero tras días de viaje antes de ser abierta.
Cuando esa distancia y esa demora se contraen hasta el punto en que estamos hoy, aparece una nueva forma de experimentar la presencia, que hasta ahora exigía coincidencia en un lugar y simultaneidad.

Este nuevo modo de presencia se acorta la extensión de los mensajes como sucede en una conversación

Consecuentemente, este nuevo modo de presencia tiene una gran influencia en las formas de comunicarnos y en sus formatos. Se acorta la extensión de los mensajes como sucede en una conversación.
Sin embargo, la brusquedad con que se está produciendo este fenómeno quizá nos ha desorientado, y nos hemos quedado mirando los fragmentos del jarrón estrellado contra el suelo sin saber bien qué hacer.
¿Recogerlos resignadamente y aceptar la fractura? Que es lo mismo que decir que el desmigajamiento del discurso es inevitable y creciente.
¿Intentar recomponer trozo a trozo el objeto? Insistir, por consiguiente, en la recuperación de lo que se ha perdido.
¿O convertir los fragmentos en piezas? Es decir, trabajar en diseñar piezas que --como las de Lego-- permitan recombinar y no solo recomponer.
Ver el mundo por hacer, múltiple, y no fracturado.
Una tarde de hace unos años, ya al final de un esplendoroso domingo, me ofreció la metáfora para expresar esta forma de interpretar lo que nos está sucediendo y cómo podemos reaccionar. En el parque Bryant, detrás de la New York Public Library, se había dispuesto después de su rehabilitación un gran número de sillas en vez de hincar bancos. Ese día fotografié cómo habían dejado distribuidas las sillas los visitantes del parque. Múltiples combinaciones que hablaban de formas distintas de disfrutar del tiempo con los otros en un lugar en que no se habían plantado bancos sino que se habían sembrado sillas.
Esta metáfora tenemos que saber reinterpretarla para la concepción de las nuevas formas de comunicación.