Hasta aquí, por sorprendente que resulte, es ver en unos robots cómo los humanos nos transmitimos nuestros conocimientos: por observación, repetición, asociación, imitación… Y por proximidad, es decir, estando uno junto al otro.
Pues bien, ahora separemos a estos dos robots, incluso vamos a poblar el experimento con más robots, que situamos en lugares distintos. Y sustituimos entonces la proximidad por la conexión, por la conexión a la Red. Entonces lo aprendido por el primero de los robots pasa a la Red en forma de ristras de ceros y unos, y de ella al software de la IA (inteligencia artificial) de los demás humanoides.
Es importante que en la Red no se almacenen las experiencias singulares e irrepetibles de cada uno de los robots, sino que se hagan lo suficientemente abstractas para que sirvan a todos ellos
Si en la Red hay unos algoritmos que metabolizan lo que llega de las experiencias particulares y aprendizajes de los robots, realizan en consecuencia una buena labor de abstracción, y queda el resultado a disposición de todos los robots conectados, la velocidad y eficiencia del aprendizaje de esa comunidad de robots se disparan.
Es importante que en la Red no se almacenen las experiencias singulares e irrepetibles de cada uno de los robots, sino que se hagan lo suficientemente abstractas para que sirvan a todos ellos. Así que aprenden cuando lo que obtienen de la Red lo aplican a cada circunstancia concreta en que se encuentran.
Permanentemente conectados
Con los robots quizá nos podemos dar cuenta mejor del efecto explosivo que produce el que los humanos, seres ya protéticos, comencemos a estar permanentemente conectados a una Red, y que por ella circule cada vez más información que hasta ahora necesitaba la proximidad entre nosotros o su transporte en contenedores (libros, discos, rollos…), con un empleo considerable de energía y tiempo por el volumen y la masa del soporte.
Pero cuando estamos conectados a la Red, un artefacto nos hace la codificación de las formas y colores, de los sonidos, de los gestos con los que nos comunicamos, para convertirlos en ceros y unos, y tengan así existencia y tratamiento en la Red
Para comunicarnos los humanos codificamos en sensaciones las conexiones físico-químicas de nuestra red neuronal (ahí están nuestras ideas, emociones, experiencias), pues es la manera de que entren por nuestros sentidos. Y estas sensaciones vuelven a descodificarse en conexiones físicoquímicas en el cerebro del receptor. Pero cuando estamos conectados a la Red, un artefacto (adherido ya como prótesis a nuestra existencia) nos hace la codificación de las formas y colores, de los sonidos, de los gestos con los que nos comunicamos, para convertirlos en ceros y unos, y tengan así existencia y tratamiento en la Red. Y también el mismo aparato nos hace ver y oír… descodificando los ceros y unos en sensaciones.
Desquiciada nuestra cultura, es decir, nuestro modo de comunicarnos, a causa del nuevo espacio digital, aún seguimos utilizando en este espacio sin lugares, sin distancias y sin demora (una versión tecnológica del Aleph borgeano) las mismas formas y estrategias que cuando para comunicarnos nos aproximamos y coincidimos en un momento y lugar, o enviamos la palabra y la imagen contenidas en distintos soportes para que superen la distancia. Esta persistencia de lo que hasta ahora funcionaba es una inercia repetida, un desfase en cualquier fenómeno de cambio, pero que irá dejando paso a lo nuevo y apropiado… tras muchos ensayos.
Los objetos, en diversidad y número crecientes, también comienzan a conectarse a la Red, es lo que se está llamando Internet de las cosas. Cosas que proporcionan datos, masas ingentes de datos (Big Data), que igualmente se metabolizan para obtener información, conocimiento del mundo como los sensores de un cuerpo proporcionan sin cesar datos del entorno y que son procesados por el cerebro.
Así que los robots, los seres humanos y las cosas que nos rodean estamos conectados a una red, interconectados en un Aleph tecnológico asombroso, con millones y millones de incesantes procesos complejísimos prácticamente instantáneos. ¿Qué está emergiendo?