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15 de enero de 2017

Prensa y trampas

Los diarios aluden cada día a ese invento léxico del “copago”, que todavía no está en nuestro Diccionario oficial. Además de una sandez, lo del copago es peligroso: un concepto trampa. La gente entiende por copago que nosotros corremos con una parte de nuestros gastos médicos y que quien paga la otra es el Estado. Mas, como obviamente este también lo sufragamos nosotros, debemos decir repago.  

Rafael Cerro

@rafaelcerro
#Medios de comunicación
 
Los periodistas partidistas, o sencillamente incompetentes, interesan al poder porque no lo controlan como sería su obligación
Los periodistas partidistas, o sencillamente incompetentes, interesan al poder porque no lo controlan como sería su obligación
Pixabay

Los periodistas aprendemos y repetimos dócilmente el lenguaje que nos dictan los políticos. El precio es el de cometer estos errores que engañan al lector por su ideología o lo colman de hastío por su estupidez. Un diario ha titulado esta semana “Aguirre sugiere un túnel subterráneo que una Cibeles con la Plaza de España”. Túnel subterráneo es un concepto de lógica similar a la de “avión aéreo”: una completa imbecilidad, porque túnel significa precisamente vía subterránea.

Si nos instalamos en la redundancia permanente, el lenguaje se convierte en hojarasca y las palabras, en suciedad. Como el discurso de esa gente obsesionada con hablar sobre el tiempo. Sobre el atmosférico, todos repiten “qué frío” en invierno y “qué calor” en verano”. Pero también les fascina el tiempo cronológico: “Ya estamos a día 16 y ni me he enterado, cómo pasa el tiempo”. Exacto: pasa a una velocidad de veinticuatro horas diarias. Si el nivel profesional de los médicos o los pilotos civiles fuera similar al del periodismo actual, estaríamos contando los cadáveres por millares.

 
 
 
 
Los periodistas aprendemos y repetimos dócilmente el lenguaje que nos dictan los políticos

España entiende que para redactor sirve cualquiera y no espera gran cosa de los profesionales que difunden solo las noticias que les asigna la agenda de conferencias de prensa del poder. Así, el que decide qué se cuenta es el político. Todavía peor: el presidente llama de tú en la Moncloa a algunos de los informadores para darles la palabra y ellos se van tan contentos a casa para comentarle a su familia que Mariano los conoce. Cuando jerarcas y periodistas se tutean, todo se vuelve borroso. Es obligación del político intentar engañarnos, y por eso el gobernante le llama “ahorro” a lo que el opositor cita como “recortes”. Pero es deber del periodista hablar claro.

Niebla intelectual

Esta niebla intelectual que dimana del hecho de que no formamos a los informadores se traduce otras veces en que estos no manipulan, pero hablan sin que se entienda nada. Día de operación salida: los locutores repiten cuántos guardias civiles están trabajando en lugar de explicar cómo conducir con seguridad. Ni uno se pregunta por qué somos el país europeo en el que más gente circula por la izquierda después del Reino Unido. Los medios malbaratan así su tiempo de emisión y vuelven a seguir una “hoja de ruta” que la Administración traza para que la gente sepa que hace muchas cosas con gran diligencia. Hoja de ruta es un modismo que ha sustituido a estrategia o plan, que es como llamábamos los mortales a la previsión de lo que queremos hacer. Otro eufemismo que nos ha devorado es “el presidente marca muy bien los tiempos”, que realmente significa “El presidente lo hará cuando le salga del bálano”.

 
 
 
 
La niebla intelectual que dimana del hecho de que no formamos a los informadores se traduce otras veces en que estos no manipulan, pero hablan sin que se entienda nada

Los periodistas partidistas, o sencillamente incompetentes, interesan al poder porque no lo controlan como sería su obligación. Los primeros justifican al que manda y son previsibles. Escuchamos una tertulia y sabemos qué va a decir cada orador. La coprofagia de la televisión mata el espíritu crítico de la población. En cuanto a los redactores incompetentes, pueden no manipular, pero escriben técnicamente tan mal que es casi imposible entender lo que quieren significar. O hablan durante mucho rato sin decir nada, como los que se obsesionan con titular con el famoso “postureo”, que solo quiere decir pose o fingimiento en castellano puro. O los que llaman a los ciegos “personas con deficiencia visual”. Ya quisieran estos padecer deficiencia, pues esta es imperfección y no carencia. También contaminan quienes se citan a sí mismos en lugar de a Chesterton: “Como yo digo...”. O quienes dicen que van a “releer” libros que realmente no han leído en su vida.

De modo que nuestro problema lingüístico de vaciedad y lugares comunes arranca de la política y de la prensa. Del eco de las personas más escuchadas en los medios, cuyo discurso es pura moda generalmente. De parlamentarios que no son oradores profesionales sino de designación ideológica y de redactores que no saben estructurar una frase porque nos hemos cargado la educación. Los periodistas de edad provecta pedimos a los jóvenes redactores que estudien lo que hicimos nosotros. No para inspirarse en ello, sino para no repetir los mismos errores. Pero no conocen ni a los clásicos: le comento a un redactor en prácticas que voy a comer con Balbín y pregunta quién es. Me cabreo y alega que, seguramente, en los años de José Luis él ni habría nacido.

-¿Recuerdas al gabacho con mala leche que se coronó emperador en el XIX e invadió media Europa? Yo tampoco había nacido, pero se llamaba Napoleón.

 

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