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Reforma del Consejo de Seguridad de la ONU
05 de noviembre de 2015
Crónica bez. Mundo

Alberto Ginel Saúl

Analista de Internacional, especializado en Seguridad y Desarrollo. Fundación Internacional de Derechos Humanos.
@alberto_ginel
Alberto Ginel Saúl

La paz vetada

Alberto Ginel Saúl @alberto_ginel alberto.ginel@gmail.com

#Internacional
#Política
 
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, junto al secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, el 17 de octubre
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, junto al secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, el 17 de octubre
Mike Segar/ Reuters

Una conclusión por adelantado: si la Organización de las Naciones Unidas no existiera tendríamos que inventarla. Y una intuición: si nos correspondiera hoy crearla desde los cimientos, muy posiblemente le daríamos una forma diferente a aquella que recibió hace 70 años.

Alcanzada esta provecta edad conviene chequear su estado de salud. Para que este ejercicio resulte mínimamente útil, hay que tener presente qué es y qué no es esta institución. Solo así, podemos entender porqué en nuestros días resulta más necesaria que nunca y porqué se alzan voces pidiendo reformar algunos aspectos centrales con el fin de actualizarla y relanzarla hacia el futuro.

Esta Organización de afiliación voluntaria es, desde su primera Asamblea General -celebrada con sólo 51 miembros- una creación de los Estados, impulsada y financiada por Estados, que son quienes van a discutir y aprobar las resoluciones, las agendas o a decidir -en un núcleo más reducido- cómo y a quién hay que proveer de seguridad en cada caso concreto.

No es el Gobierno central del mundo y la Asamblea General no es su Parlamento

No es el Gobierno central del mundo y la Asamblea General no es su Parlamento: estos son conceptos vinculados al Estado-Nación o, en el singular caso de la Unión Europea, a instituciones que parten de una lógica de integración supranacional. La soberanía estatal (reconocida por igual a todos los representados en la Asamblea) sigue siendo un elemento central del sistema, si bien su contenido ha evolucionado con la práctica en el seno de la ONU y los debates normativos (por ejemplo, la llamada responsabilidad de proteger, que apunta a la defensa de civiles incluso por encima del Estado, sería inconcebible en un sistema de Estados-Nación puramente westfalianos).

La ONU no es armonía, es cooperación. Estos conceptos parecen sinónimos pero no pueden ser más distintos: la armonía presupone una sincronía en los intereses; la idea de cooperación -por contra- parte de que en un ecosistema en que se relacionan 193 estados soberanos con sus propios intereses, su peculiar trayectoria histórica y su sistema político, puede surgir -y habrá de hacerlo a menudo- el conflicto y la disonancia, tanto en la Asamblea como en el Consejo, como veremos más adelante.

La necesidad de estar

La novedad histórica, el triunfo original que aun encarna la ONU es que todos han entendido la necesidad de estar y de sujetarse a normas y procedimientos mínimos que instalan el marco más avanzado de la historia para abordar desafíos comunes cada vez más numerosos y complejos.

No fue precisamente la armonía URSS-EEUU la que trajo el Tratado de No Proliferación Nuclear en 1968, en plena Guerra Fría y sólo unos años después de la crisis de los misiles de Cuba. Fue la consciencia compartida de que había que crear un marco aceptado (un tratado), generar y financiar unas herramientas (la OIEA) y autoimponerse límites de conducta en aras de la mera supervivencia humana.

El aumento del número de miembros hasta los 193 nos habla de los cambios que ha vivido el planeta desde 1945. Nos habla del proceso de descolonización promovido por la propia organización, del paso de un mundo bipolar a un mundo multipolar con varios centros de gravedad, con potencias emergidas y emergentes que incorporan agendas y expectativas. Nos habla de la creciente interdependencia en la economía globalizada, de la relevancia de actores distintos al Estado, de la casi imposible distinción entre diplomacia y economía, entre seguridad y cambio climático, entre desarrollo y los derechos de la mujer…

El club necesita actualizarse

¿Si todo ha cambiado tanto, por qué el Consejo de Seguridad sigue funcionando como en 1945? ¿Es legítimo un Consejo en el que continentes enteros no están representados? ¿Es práctico que el órgano llamado a garantizar la seguridad no incluya innegables realidades económicas, políticas y militares que ni siquiera eran Estado cuando nació la ONU, caso de la India? ¿Un aumento del número de miembros del selecto club comprometería su eficacia? ¿Acaso es hoy eficaz, considerando el uso y abuso del veto por parte de los miembros permanentes?

Ahora mismo existe un vivo debate sobre el futuro de la organización y muchas preguntas, como las planteadas aquí, convergen sobre el papel del Consejo, su representatividad actual y sobre todo, la cuestión del veto.

El Consejo es el único órgano del que emanan decisiones de obligado cumplimiento para los Estados Miembros, pudiendo recurrir a sanciones económicas o la autorización del uso de la fuerza. Su composición combina cinco miembros permanentes (EEUU, Rusia, China, Reino Unido y Francia, vencedores de la Segunda Guerra Mundial) y diez miembros no permanentes elegidos por la Asamblea General por mandato de dos años. En el Consejo las decisiones se aprueban con el voto favorable de nueve de los 15 miembros, pero cualquiera de los cinco Permanentes puede imponer su veto sobe la decisión mayoritaria y por tanto, bloquear la acción del conjunto.

Hoy son los cuatro bloqueos de Rusia y China los que impiden actuar en Siria

Hoy son los cuatro bloqueos de Rusia y China los que impiden actuar en Siria. En otras ocasiones ha sido EEUU quien ha usado su posición privilegiada para blindar a Israel, por ejemplo. La historia del uso y abuso del veto es la historia de Estados actuando como se supone que actúan los Estados (persiguiendo sus intereses) en el seno de una organización formada por Estados, se diría desde la realpolitik.

Pero Naciones Unidas ha logrado llegar a ser algo más que la mera suma de sus miembros (y de sus miembros más poderosos) y constituye -con su Carta, con sus resoluciones más celebradas y, sobre todo, con su Declaración Universal- una suerte de manantial ético al que acudimos para afirmar sin riesgo, que el Consejo está fallando en Siria -y en ocasiones anteriores- a sus altos fines: mantener la paz y la seguridad internacionales de acuerdo con los propósitos y principios de la ONU.

Ese “algo más” se refiere a una idea y un mandato, a un recuerdo perpetuo del “nunca más” pronunciado tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y de otros “nunca más” como el de Rwanda -posiblemente el fracaso más doloroso en estos 70 años-.

En este sentido, merece toda la atención una esperanzadora propuesta respaldada por 104 Estados (incluyendo a Reino Unido y Francia) y apoyada por diversas ONG. Además de propugnar -todavía en términos vagos- un Consejo más representativo de las nuevas realidades (lo que podría abrir la puerta a países como Brasil, India o Sudáfrica), la propuesta defiende aprobar un código de conducta que suspenda la posibilidad de veto ante actos de genocidio, crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra que requieran de la acción de la comunidad internacional.

Es más necesario que nunca actualizar y poner al Consejo de Seguridad a trabajar en los verdaderos fines que le encomienda el Capítulo V de la Carta

Muchos han sido los logros de las Naciones Unidas en ámbitos tan dispares como la lucha contra enfermedades, la ayuda al desarrollo, la asistencia a refugiados a través de ACNUR la promoción de los derechos de la infancia, la mediación en conflictos, ayuda en situaciones de emergencia el apoyo a elecciones libres y transiciones, misiones de mantenimiento de la paz (16 están activas en la actualidad), o haber contribuido decisivamente a la instalación de una cultura de multilateralismo en política internacional. La gestión de los asuntos globales (asuntos que ni siquiera el poder económico y militar más grande de la historia puede enfrentar en solitario) precisa de instituciones y marcos como el que provee la ONU.

Por todo ello, es más necesario que nunca actualizar y poner al Consejo de Seguridad a trabajar en los verdaderos fines que le encomienda el Capítulo V de la Carta. El Consejo debe ser algo más que la suma de los estados más poderosos y el uso del veto más que un privilegio, una enorme responsabilidad.

Lo que está sucediendo en Siria se parece demasiado a fracasos anteriores tras los que la comunidad internacional sólo pudo decir “nunca más”.

 

 
 

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