La estrategia no es nueva y consiste en cambiar las normas del juego o cambiarle el nombre al problema cuando no se puede (o no se quiere, o no se sabe) resolver. Así, en los últimos años, por ejemplo, a personas que iban a dejar de ser jóvenes a los 25 se les amplió el plazo de la juventud hasta los 30 y ahora parece que se les va a dar prórroga hasta los 35. Y no se debe a ningún tipo de incapacidad generacional para asumir responsabilidades, ni siquiera a un complejo de Peter Pan colectivo. Seguramente tenga más que ver con las condiciones en que les ha tocado incorporarse al mercado laboral y, con él, a la vida adulta. Los bajos salarios, el abuso de la temporalidad, los contratos a tiempo parcial no deseados, la inadecuación de la formación al puesto de trabajo, o la utilización cada vez más habitual de fórmulas no laborales, como las prácticas o las becas, como formas de entrada al mercado laboral dificultan, si no impiden, el desarrollo de un proyecto de vida autónomo.
Durante los últimos años, incluso antes del inicio de la crisis, nos hemos cansado de escuchar y de denunciar que la generación mejor preparada de la historia de este país se estaba viendo abocada a la precariedad, el paro y la emigración, debido a la falta de oportunidades, y a la frustración por no poder llevar la vida que todo el mundo les dijo que llevarían. Porque nos encontramos frente a la primera generación que vivirá peor, si no que sus padres, sí que sus hermanos mayores.
Precarizar no genera empleo
Las políticas de empleo llevadas a cabo durante los últimos años, principalmente las políticas de empleo juvenil, han puesto en evidencia que precarizar las condiciones de entrada al mercado laboral no contribuye a la creación de empleo, sino que condenan a la discriminación y la precariedad a quienes las sufren. Esta situación no se limita a una etapa inicial de la vida laboral, sino que resulta permanente para una gran parte de trabajadores y trabajadoras.
Así, nos encontramos con un mercado laboral dualizado, donde hay trabajadores precarios y trabajadores estables, y cuya situación no responde a las necesidades del mercado laboral, sino al momento en que empezaron a trabajar. Y si a todo esto le añadimos una regulación laboral, supuestamente, rígida en exceso, nos encontramos con el caldo perfecto para la aparición de un discurso que pretende convertir el conflicto social en conflicto generacional. O, en este caso, poner el acento en la fragmentación de la clase trabajadora.
Al hablar de precariado, se suele hacer referencia a personas con contratos de trabajo temporales, o que pasan largas temporadas en el desempleo, con bajos salarios cuando trabajan
Al hablar de precariado, se suele hacer referencia a personas con contratos de trabajo temporales, o que pasan largas temporadas en el desempleo, con bajos salarios cuando trabajan. Aunque también se amplía la definición a personas que tienen un nivel de educación formal relativamente alto pero que se ven obligadas a aceptar empleos con un estatus o ingresos muy inferiores a los que considerarían acorde con su cualificación.
Desde mi punto de vista, todas estas características que definen el concepto de precariado son en realidad la definición de la precariedad y ésta no es más que la principal consecuencia de la desregulación de las relaciones laborales. El problema no debería recaer en el precario sino en aquellas situaciones que le abocan a serlo. Es decir, no es precaria la persona, lo son sus condiciones laborales y, por lo tanto, hay que situar el conflicto allí donde se encuentra: entre los trabajadores y trabajadoras y quienes precarizan sus condiciones laborales y de vida, no entre ellos mismos.
La utilización de palabras, como precariado, que definen o engloban a un colectivo determinado, no es inocente porque contribuye a reforzar la confrontación entre los propios trabajadores y trabajadoras, entre los precarios y los estables. O, en definitiva, entre quienes tienen derechos y quienes no los tienen, acabando por convertir esos derechos en privilegios con los que hay que acabar mediante la equiparación, a la baja, se entiende, de las condiciones laborales.
No es posible, ni tan siquiera necesario, evitar que surjan nuevos conceptos e ideas para definir aquello que no tiene por qué ser nuevo, pero sí que es imprescindible saber identificar cuál es el origen del problema para tratar de ponerle solución. Y si, en mi opinión, el origen se encuentra en las condiciones laborales, es ahí donde hay que actuar, combatiendo la precariedad laboral a través del diálogo social y la negociación colectiva y la movilización.