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08 de julio de 2017
Crónica bez. Política

Gregorio Morán

Gregorio Morán

El circo catalán

Gregorio Morán redaccion@bez.es

#Cataluña
 

No siento especial inclinación por los himnos. Hay auténticas joyas de la estupidez humana, especialmente en sus letras. En España no hemos sido muy afortunados en la invención de himnos. Recuerdo hace ya un puñado de años en Euskadi un debate sobre este tema, de lo más divertido.

Nosotros no tenemos un himno patriótico sino una marcha militar, horrenda, a la que por más concursos que se hicieron y que ganó el galante poeta José María de Pemán, no creo que nadie recuerde fuera del tachún, tachún. Admito que me produce náuseas porque lo escuché durante décadas durante la ominosa dictadura y aún me sigue pareciendo un pase de revista en las afueras del Palacio Real. Una horrenda música que me trae a la memoria a Clemanceau, el estadista francés, que sostenía con buen criterio que la música militar era a la música lo que la justicia militar es a la justicia.

Cataluña tiene un himno patriótico de juzgado de guardia, Els Segadors, no muy apreciado por la ciudadanía asentada porque habla de violencias -“bon cop de falç”- que recuerdan épocas poco liberadoras. Es la diferencia con la Marsellesa. Incluso en nuestra II República, donde hubo músicos de postín, se adoptó una chafarrinón canoro poco feliz. Dentro de este entramado de himnos, el de Asturias, recién instituido, alcanza el surrealismo especialmente en la estrofa que apela a subir a un árbol, coger una flor y dársela a “su morena para que la ponga en el balcón”. Es la deriva de la canción de borrachos más popular de España, emergida en himno porque no había otro y sin rubor alguno se convirtió en institucional. Cuando lo escucho, y especialmente con gaita, no sé si reír o evocar las farras adolescentes.

 
 
 
 
Más pronto que tarde la sociedad catalana, en otro tiempo modelo de sensatez y buena administración, echará al cubo de la basura a esta purria

A tenor de la situación en Cataluña yo propondría sustituir el belicoso “Segadors” por la “Marcha de gladiadores”, que si por edad ustedes no están muy duchos en el circo, era la banda musical que abría los circos allá en mi infancia y creo que hasta ahora, que el género está de capa caída. Tiene su prestancia y no ofende a nadie y por demás corresponde a la situación política del país catalán.

El circo catalán. Ya sé que la gente es muy sensible a su orgullo paisano, no digamos si eres patriota y te consideras la sal de la tierra. Pero el proceso que se está forzando desde Barcelona para conseguir un referéndum imposible, del que la ciudadanía está hasta el gorro, porque llevan en esto tanto tiempo y tanto abandono de las tareas de Gobierno, tiene mucho de circo.

La clase política catalana, ya de cuarta fila, propone medidas independentistas tan inquietantes como que los jueces dependan del Ejecutivo -eso mismo que hizo y hace Rajoy amparándose en la desvergüenza-, que los diarios no recibirán subvenciones -¿o sea que las reciben?- a menos que apoyen el proceso de separación, y por saltarme la lista de genialidades, la última, de la CUP, grupo supuestamente radical e izquierdista, agresivo con Rato y benévolo con la corrupción de Pujol, acaba de proponer que la Catedral de Barcelona se convierta en economato. Por cierto, todos, o casi, son carne de seminario y religiosos sin sospecha.

Tienen un president, Puigdemont, no elegido sino cooptado o confabulado entre quienes cortan el bacalao. Un vicepresidente, que ejerce en el circo el equivalente de la mujer barbuda. Unos consejeros conocidos en su casa a la hora de comer, si llegan a la hora. Y para cerrar el espectáculo acaban de nombrar responsable de cultura a un individuo experto en el baile de la sardana.

Más pronto que tarde la sociedad catalana, en otro tiempo modelo de sensatez y buena administración, echará al cubo de la basura a esta purria. “Nos tiene miedo (en Madrid), y más que nos van a tener”. dice el president cooptado y desnortado. Ahora bien, la historia es tan perversa que eso puede durar hasta que una clase política y empresarial catalana, corrupta hasta las cachas, de momento acojonada, diga “hasta aquí hemos llegado”.

 

 

 

 

 

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