Lo personal y lo profesional son esferas diferentes y ese debate quedó zanjado en el siglo XIX, así que bloqueo al interlocutor. Para no ofenderlo, le explico que no lo expulso de mi lista por ideología, sino por estupidez. El mismo Allen dijo que la ventaja de ser inteligente es que se puede fingir ser imbécil, pero lo contrario es imposible.
Los líderes en campaña no se vuelcan en los informativos, sino en programas desenfadados en los que bailan, escalan o cocinan callos o boletus
El nivel oratorio que tenemos aquí es consecuencia del educativo de este paraíso cultural en el que el museo más visitado de la capital es el del Real Madrid. El discurso político se dirige a una audiencia que solo se alimenta de televisión en un país en el que el líder es Tele 5. Una audiencia coprófaga. Eso según los audímetros, porque si preguntas a bocajarro todo el mundo dice que ve La 2. Sí: ven análisis sobre el pensamiento de Søren Kierkegaard o bien documentales sobre los famosos ñus imbéciles que, como dice Alfredo Díaz, llevan décadas cruzando el mismo río sabiendo que el cocodrilo siempre se los come.
Los líderes en campaña no se vuelcan en los informativos, sino en programas desenfadados en los que bailan, escalan o cocinan callos o boletus. A menor instrucción de la población, más importancia cobra en las campañas lo visual. Y también la gramática puesta al servicio de la ideología, que utilizan medios y partidos.
Podemos nació dentro de la televisión
El único que no se adaptó a la televisión fue Podemos, que nació ya dentro de ella. Su discurso se dirige íntegramente a la gente del sofá. Los morados han encontrado conceptos semánticos brillantes, como su acepción política del término “casta”, que un día estará en el diccionario. No es desencaminada: se aplica a los instalados en los privilegios de lo público. Pero la noción de casta estaría más completa si se aplicase a otros colectivos que también disfrutan de canonjías, como el del sindicalista. El personal interpreta “sindicalista” como “titular de prebendas” y “liberado” como “chollo”. Poco importa que todos sepamos que las dos castas que realmente operan en España son la de los que tienen trabajo vitalicio y la de los que carecen de él. Lo que no resulta ideológico es que los derechos de un funcionario no son los mismos que los de un taxista.
La primera trampa dialéctica del PP está en la elusión de lo que considera vergonzante: ser de derechas
Podemos no ha logrado apoderarse del sintagma “la gente”, aunque lo utiliza como si fuera una marca registrada. Lo mismo que los conservadores habían hecho antes con “familia”. Los escuchabas y parecía que los rojos no tenían familia, que nacían por esporas. Conservadores y podemiers mantienen una relación simbiótica. El candidato de Podemos intenta convencernos de que solo podemos elegir entre él y a corrupción, y la misma idea bipolar de miedo nos inyecta el candidato del PP: o nosotros, o el comunismo.
La primera trampa dialéctica del PP está en la elusión de lo que considera vergonzante: ser de derechas. Los de derechas no dicen siquiera “soy conservador”, sino en todo caso “soy de centro”, como al candidato de Podemos le dio por decir que era socialdemócrata. Los peperos se autodenominan “populares”, de nuevo una apropiación indebida de un término que debería definirnos a todos.Los políticos han ensuciado tanto la política que cuando algo les parece sucio lo llaman político. Los motivos oscuros son “motivos políticos”.
"Seremos transparentes"
Las huelgas son justas si las respaldan ellos, pero si se las convoca la oposición se convierten en “huelgas políticas”. Cualquier manejo turbio es una “maniobra política”. Todo partido enchufa porque el nepotismo es nuestra tradición, pero todos se escandalizan de los enchufes del rival. El mundo al revés. Si un gestor anuncia “seremos transparentes” sabemos que todo se va a volver opaco cual tarjeta black. Esas que nos permiten distinguir a los banqueros de los atracadores, ahora que ambos grupos se dedican a lo mismo. Antes sabías que los atracadores estaban fuera y los otros, dentro. Cuando un diputado dice “acatamos la decisión de Su Señoría, pero…”, eso es que va a despellejar al juez y a desacreditar la sentencia. Pero todo lo que suene bien se puede decir.
El más eufónico y el más político es el candidato de Ciudadanos. Cada vez que habla es para justificar su gestión (“todo lo hacemos por España, el PP se regenera gracias a nosotros”) y su estructura sintáctica es el jeroglífico: “líneas rojas” en lugar de límites, los “tacticismos” que comentábamos antes en lugar de maniobras y “poner en valor” en vez de destacar algo. No traza planes, como nosotros, sino “hojas de ruta”. Para él, toda esa palabrería justifica cualquier cosa: si apoya la igualdad jurídica para los varones y cambia de opinión cuando ya le han votado, sencillamente explica que ha “puesto en valor” el asunto.
El discurso socialista intenta atraer el voto feminista con expresiones forzadas como el famoso “compañ[email protected]”. Un intento artificial por imponer un lenguaje que no se practica en la calle. La otra palabra más utilizada por los socialistas, “cambio”, suena rancio porque el PSOE es el partido que más años ha pasado en el poder y más ha podido cambiar las cosas. En general, este lenguaje político que suena a balbuceo de todos los partidos es la herencia de lo que antaño se llamó orgullosamente oratoria.