Porque en 1931, fecha de publicación de su libro Gog, escribía en uno de sus capítulos:
Visitando hoy una exposición de la imprenta me he dado cuenta de que toda la civilización -al menos en sus elementos más delicados y esenciales- se halla unida a la materia más frágil que existe: el papel.
Antiguamente, las monedas eran todas de metal; los documentos se extendían en pergamino o se grababan en el mármol y en el bronce y los libros de los asirios y de los babilonios estaban escritos en ladrillos. Ahora nada resistente ni duradero: un poco de pasta de madera y de cola, sustancias deteriorables y combustibles a las que se confían los bienes y los derechos de los hombres, los tesoros de la ciencia y del arte. La humedad, el fuego, la polilla, las termitas, los topos, pueden deshacer y destruir esa masa inmensa de papel en la que reposa lo que hay de más caro en el mundo.
¿Símbolo de una civilización que sabe será efímera, o de incurable imbecilidad?
Objetos intangibles
Durante muchos siglos hemos venido confiando en el papel, a pesar de su fragilidad, para sostener y guardar las palabras, para hacer memoria, como testigo fiel… Ha permanecido sublimado en nuestra cultura escrita. Blas de Otero lo ensalzó en su poema Siemprevivos: “viva el papel incluso en mi certificado de defunción”.
Los humanos vivimos inmersos en un entorno de objetos, que vemos, alcanzamos, tocamos, colocamos… Con los que mantenemos no sólo intensas relaciones sensoriales sino también afectivas. Son indispensables para mantener y reforzar nuestra identidad ante el cambio: ayer vi este objeto, hoy lo vuelvo a ver, así que sigo siendo yo. Pero recientemente el mundo digital, por virtual, nos ha sumido en una extraña sensación que altera arraigados valores establecidos no solo por la práctica de siempre sino incluso por nuestra condición física. El mundo digital nos rodea de objetos intangibles, cada vez en mayor número. Objetos que cuando los invocas se manifiestan tras el espejo de una pantalla. Y se desvanecen en una niebla de ceros y unos cuando dejas de necesitarlos. ¿Adónde van? Habitan un espacio sin lugares.
El mundo digital nos rodea de objetos intangibles, cada vez en mayor número
¿Cómo confiar entonces en este mundo etéreo para preservar nuestra intimidad, para tener certeza de lo que vemos pero que no tocamos, para conservar nuestros recuerdos, nuestros dineros, las transacciones, la memoria colectiva? Es explicable que, ante tan profundo cambio, las resistencias y recelos se agolpen para hacer de muro de contención de unas certezas que se diluyen. Pero es como querer detener con las manos el agua que se derrama. El soporte de nuestras actividades es ya digital, el mundo se apoya en este medio. Y unos profundos cambios en la mentalidad se están produciendo.
En esta situación, la relectura de Fahrenheit 451 puede ayudar a levantar el ánimo. Un sistema totalitario exterminaba los libros, como otros poderes, y no de ficción, los han quemado a lo largo de la Historia. Eran objetos vulnerables, fácilmente detectables por su volumen. Así que la mejor forma de preservar la palabra de esta persecución fue hacerla tan intangible e invisible como la memoria, es decir, que reposara no sobre el papel, por protegido que estuviera con unas cubiertas, y en un lugar oculto, sino en la red de neuronas de los cerebros de los hombres libro.
Una ocasión más para estar muy atentos a las formas de oralidad que muestra de manera cada vez más clara la cultura digital.