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Sin paz será imposible acabar con el grupo terrorista
30 de julio de 2017

El futuro del Dáesh

Loretta Napoleoni @l_napoleoni bez@bez.es

#Terrorismo
#Guerra
 
Checkpoint del ejército iraquí
Checkpoint del ejército iraquí
REUTERS/Thaier Al-Sudani

Otra ciudad, Mosul, ha caído. La joya de la corona del Califato. Como Kobane en Siria y Ramadi en Irak, el segundo mayor centro urbano ha caído tras ser sitiada. El cerco ha durado casi un año, lo que en la guerra moderna es una eternidad, y ha dejado Mosul en ruinas. Mercados colegios, plazas e incluso mezquitas, así como los edificios donde la burocracia del Califato ha operado durante tres largos años, se han desvanecido. Pero para los supervivientes hay poca alegría en esta “liberación”.

Mientras escapan del centro de la ciudad, donde el último bastión de Dáesh luchó hasta la muerte, hombres y niños son parados, investigados e interrogados. Los check points están en manos de milicias y grupos armados que participaron en el sitio pero a los que no se les ha permitido entrar en la ciudad. Han esperado su venganza desde el pasado septiembre y, como han hecho tantas veces los militares iraquíes, ante la ausencia de yihadistas han planeado vengarse con los civiles

Rebobinemos hasta 2007. El ejército estadounidense ha tenido éxito destruyendo la insurgencia y el general Petreus convenció a los líderes tribales suníes para que dieran la espalda a los yihadistas. A cambio prometió un justo reparto de poder entre suníes y chiíes en la nueva democracia. En otras palabras: reconciliación. Pero nunca sucedió. Tan pronto como los estadounidenses abandonaron el país, el Gobierno chií de Maliki liberó a los yihadistas (entre ellos a al Baghdadi) y permitió a milicias chiíes represaliar a la población suní.

 
 
 
 
Hoy, en muchas ciudades reconquistadas, los suníes son discriminados por los nuevos gobernantes

Así que el guion no ha cambiado y no podrá ser fácilmente alterado, de hecho esto es lo que Dáesh y la comunidad yihadista quiere hacernos creer: que para los suníes no puede haber paz fuera del Califato. Solo el Califato puede traer un cierto grado de normalidad, solo el Califato puede traer la salvación.

Ciertamente, muchas ciudades sirias que Dáesh conquistó en 2013 y 2014 estaban en un estado de anarquía política y los habitantes estaban a merced de señores de la guerra y grupos armados. El Dáesh instauró ley y orden así como electricidad y agua corriente. A pesar del horror de la ley de la Sharia, la población local la aceptó porque desde hace siglos los líderes tribales la habían aplicado.

Hoy, en muchas de esas ciudades los suníes son discriminados por los nuevos gobernantes. En Menbic, en el norte de Siria, por ejemplo, los residentes no están contentos con los kurdos que reconquistaron la ciudad del Dáesh y la gobiernan junto al régimen de Assad. En Ramadi el Gobierno iraquí solo ha reconstruido las casas de los chiíes.

La corrupción, discriminación y brutalidad contra los suníes han vuelto por venganza. Sin reconciliación, es solo cuestión de tiempo que la población suní desarrolle una cierta nostalgia por el Califato, porque su brutalidad puede ser percibida como una defensa sólida de los suníes.

 
 
 
 
Hasta que no se frene la política de la venganza no acabará el derramamiento de sangre y Dáesh continuará renaciendo de las cenizas de sus reencarnaciones anteriores

Políticos y expertos están de acuerdo en que para derrotar al Dáesh debe erradicarse la raíz de su existencia, pero muy poca gente está de acuerdo en cuál es esta. Desde la invasión de Irak en 2003, la venganza ha sido la única bandera bajo la cual buscar legitimidad  y cometer atrocidades con la única meta de asegurarse el poder. En pocas palabras, esta es la madre de todas las causas de la catástrofe que ha ocurrido en Irak y Siria y la vida del Califato. Si no se le pone fin la historia se repetirá: no acabará el derramamiento de sangre y Dáesh continuará renaciendo de las cenizas de sus reencarnaciones anteriores.

Como en 2007, estamos en un momento crucial y es imperativo que no desperdiciemos la oportunidad de deshacernos del monstruo. La caída de Mosul es muy importante, simbólicamente es un daño enorme para el Califato porque su verdadera alma es iraquí, no siria. Su liderazgo es iraquí y su objetivo siempre ha sido construir un nuevo Estado en Irak. En 2011, la guerra civil siria presentó una oportunidad única para conseguir esta meta, y toda Siria se convirtió en un puerto seguro en el que reagruparse.

Durante casi un año, el liderazgo de Dáesh se ha estado preparando para defenderse en Irak y ha estado planeando retornar a Siria, pero no a Raqqa, que como Mosul pronto va a caer. Dáesh se ha relocalizado a lo largo del río Éufrates, en la antigua Mesopotamia, donde comenzó la civilización. La provincia de Deir al Zour, antes bajo el mando de Assad, ha sido elegido como fuerte. Este es un territorio con una población de unas 200.000 personas que está aún en las garras de Dáesh.

Sus líderes saben que será muy difícil llevar a cabo una campaña militar en esta región de las características de la desplegada en Irak. El Califato está aprovechando y explotando, para sobrevivir, las tensiones entre Rusia, Iran y el régimen de Assad y EE.UU y los kurdos. Con un poco de suerte Dáesh podría también beneficiarse de la dura batalla entre los árabes en la guerra de poder de Siria. Si fuera así podría sobrevivir hasta que la población suní de Irak esté lista para el retorno del Califato y para que el conflicto en Siria degenere una vez más en una guerra de poder entre muchos actores regionales e internacionales.

No importa cuán grande sea el Califato o si el grupo que lo gobierna se llama ISIS o cualquier otra cosa, en este punto la marca es irrelevante, lo que importa es que todavía existe. No importa si ha perdido el 80% de su territorio, lo que importa es que aún no ha sido derrotado. Y la derrota solo vendrá de mano de la paz, no de la guerra. Una paz que implique nuevas fronteras, en otras palabras, una partición de Irak y Siria, que idealmente incluya pequeñas ciudades regiones y ciudades independientes para las minorías cristianas y yazidíes. Pero alcanzar tal sueño es infinitamente más difícil que empezar otra campaña de bombardeos, una verdad que la historia ha certificado desde hace muchos años. El Califato lo sabe y está apostando a que nada va a cambiar en las próximas décadas.

 

 

 

 

 

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